Entretien avec Justine Barbier, professeur agrégée de philosophie
La leyenda, tal vez un poco cierta, cuenta que Einstein había empezado tardiamente, hasta el punto de que sus padres estaban preocupados por ello. Se dice que a los nueve años, en la última clase de la escuela primaria, todavía tenía dificultades para expresarse. Preparaba su frase muy largamente, moviendo en silencio los labios, retrasaba el momento de la expresión lo más posible, y de repente la decía en voz alta.
El propio Einstein tuvo la oportunidad de explicar, mucho más tarde, al final de la Segunda Guerra Mundial, la forma especial que tenía de pensar. Lo hizo en su correspondencia con el matemático francés Jacques Hadamard, que había dado una serie de conferencias en Princeton sobre la psicología de la invención en el campo de las matemáticas y de la física teórica. Hadamard sostuvo que los signos son un apoyo necesario del pensamiento y que el sistema más común de signos es, por supuesto, el propio lenguaje. Pero, añadió, cuando el pensamiento es inventivo, utiliza fácilmente otros sistemas de signos, que son más flexibles y menos estandarizados que el lenguaje ordinario. A cambio, estos sistemas tienen la virtud de dar más libertad al movimiento del pensamiento que los produce. Permiten así la constitución de un pensamiento más creativo, que a menudo es discontinuo y procede mediante iluminaciones.
Mientras Hadamard daba los últimos toques al libro en el que informaba de sus hallazgos, recibió una primera carta de Einstein: «Las palabras y el lenguaje escrito o hablado», explicó el padre de la relatividad, «no parecen desempeñar el menor papel en el mecanismo de mi pensamiento». “Las entidades psíquicas que sirven de elementos para el pensamiento son para mí ciertos signos, o imágenes más o menos «claras», que pueden ser reproducidas o combinadas «a voluntad». Los elementos que acabo de mencionar son, en mi caso, de tipo más bien visual».
En su etapa primitiva, las ideas de Einstein eran por lo tanto esencialmente no verbales. Procedían de fulguraciones fosforescentes que luego lograba asociar con el frío rigor del pensamiento científico.
Pero por supuesto, Einstein no fue el único en tener ideas, ya que todos las tenemos. Así que hagámonos la pregunta: en general, ¿de dónde y cómo nos llegan las ideas?